Delatando los pasos vivos
Si realmente forzase mi mente a vagar entre las memorias que han quedado impregnadas en la pegajosidad del pasado, si fuese capaz de volver, recordaría, al menos, cómo en el mismo aeropuerto de Barcelona conseguí entablar una leve conversación con la persona que ahora, aquí, en Luxemburgo, me está ayudando, en todos los sentidos, con esta nueva etapa. Y es que, en realidad, esta estancia de prácticas me ha permitido conocer personas altamente maravillosas y enigmáticas. Por supuesto, voy entretejiendo entre lo que voy conociendo con el deber que tengo que cumplir aquí, que es mi formación práctica como profesora de español.
Son tantas las imágenes que han quedado inscritas de forma permanente en la mente que tan solo puedo seguir recolectando más vivencias, más necesidades, más informaciones. De recorrer la Luxexpo en mi segundo día y pasear por los puestos donde se presumían las distintas nacionalidades que conviven en este país hasta quedarme estupefacta en mi primer día de prácticas en el INLL de Belval. Podría adentrarme en descripciones más vastas y detalladas sobre cómo es Luxemburgo, sus gentes y sus pueblos, que son tan divergentes y tan parecidos al mismo tiempo; de sus paisajes, tan urbanos, tan industriales y tan rurales; de su inventario lingüístico, que puede superar hasta cinco lenguas.
Lo que más me ha sorprendido gratamente de este país, es, claramente, su indescifrable esencia, pero, además, que el transporte público sea totalmente gratuito me ha permitido explorar lugares recónditos, imprecisos, misteriosos. Entre las localidades que he visitado se encuentran Grevenmacher (cerca de la frontera con Alemania), Dudelange, Cents, Luxemburgo ciudad y Belval. De momento, sería todo, pero es suficiente y justo para el tiempo que llevo aquí, que son tres semanas. Muchos de estos viajes han sido en solitario, en donde he tenido que exponerme a lo desconocido y a lo imprevisto; a la lluvia y al frío, que son altamente presentes en la zona; al desconocimiento lingüístico, sobre todo, del francés.
El miedo subyace como una parte intrínseca de todo este proyecto, pues tenía las ganas incansables de descubrir y aprender, pero supongo que todos tenemos esa pequeña luz intermitente en la mente que va parpadeando con cierta intensidad cuando te aventuras y te arriesgas. En realidad, no temo realmente a demasiadas cosas, me refiero, desde luego, a las cosas que realmente no necesitan por mucho tiempo nuestra intensa atención, pero sí admito que más de una ocasión dos temores irracionales se han apoderado de todo mi control. El primero, mi incansable terror hacia los aviones; el segundo, la dilatación del adiós al origen y de todo recuerdo que me he llevado de los míos, de los lugares que frecuentaba, de las costumbres que ahora son miel amarga para el expatriado. Con todo esto, remarco que puede ser verdad que esté en el cenit de lo que he siempre he querido, que estoy indagando entre las gentes y las calles y que, por supuesto, no detengo el vivo hábito de escribir y de ingeniar.
Luxemburgo es el país que acoge y cuida, el que reconoce al extranjero como el local de toda la vida, el que no cuestiona si no sabes francés, alemán o luxemburgués y tratan de ayudarte en inglés (¡o en español!). No podría haber elegido un mejor lugar para hacer mis prácticas, creo bien que no, pues todo lo que tengo y he conseguido hasta ahora es insuperable. En los próximos días escribiré sobre las visitas a ciertos lugares y ciertas experiencias que, posiblemente, repita y, por qué no, recomendaré, si es que puedo, algunas zonas y establecimientos para visitar y perderse un rato (aunque el país sea pequeño…).
Magnífico texto,relajante, impoluto y honesto
¡Muchas gracias por tus palabras, papa!