
El viaje que se insinuó al ser durmiente
SEGUNDA PARTE
La excelencia de las gentes de Cantabria
Puede pasar el tiempo y las circunstancias con su paso airoso, pero ninguna de las imágenes que quedaron incrustadas en mi memoria serán capaces de abandonar la comodidad del recuerdo. Cantabria ha sido, para mí, un viaje transgresor, pues todo lo que había tratado de asentar experimentó un alzamiento, una insurrección, una declaración.
Todo esto no se podría explicar con tan solo el hecho de haber viajado a aquellas tierras. No todo radica en el aspecto físico de moverse de un lugar a otro, sino que, entre los caminos y los pueblos, uno consigue despejar las tormentosas barreras que le instan a resguardarse del mundo y comienza a compartir la mirada con el prójimo que ensancha la maravilla del encuentro.
El viaje duró, aproximadamente, unas seis horas y unos pocos minutos más, pues decidimos, como siempre hemos hecho, optar por el coche como medio de transporte. De hecho, me gusta así, estar sentada en el lado derecho del vehículo, allá donde la ventana atestigua los cambios de temperatura, de luz y de paisajes.
Por supuesto, en nuestro dilatado recorrido, tuvimos que realizar varias paradas para que las piernas incidieran su fatiga sobre el pavimento tibio y empapado de gasolina y rocío. La salida comenzó sobre las cinco de la mañana, por lo que pude atender con insistencia los distintos detalles que a mi alrededor convergían.

La primera parada de todas no fue en Cantabria. Todavía era una idealización que susurraba entre mi nuca y mi oído dormido su firmeza. El descanso se produjo en alguna área de servicio ubicada en Aragón, aunque recuerdo con exactitud los elementos que la conformaban. El clima seguía siendo gélido y penetrante, con lo cual, buscábamos el abrigo cálido que podía proporcionar una taza de papel repleta de café instantáneo. Mi hermano y yo abandonamos el estacionamiento donde habíamos dejado el coche y recorrimos los contables metros del pasillo que se encontraba por encima de la autovía. En un momento dado, nuestros padres quisieron, también, ir, pero optaron por visitar la estancia una vez y abandonarla para comer los bocadillos que habíamos preparado previamente y que se presentaban como el mejor desayuno posible.
Regresamos con prontitud al vehículo y proseguimos la ruta anhelada. Progresivamente, los terrenos áridos fueron tornando su aspecto y su presencia hasta llegar a un verde inequívoco y sutil. Podría dedicar las siguientes líneas a describir las diferentes tonalidades verdosas que expulsaban las hojas de los árboles y las alfombras de los prados, pero quisiera detenerme, mucho mejor, en el impacto que produjeron las interacciones sociales una vez pisé las tierras cántabras.
El primer pueblo visitado fue Reinosa, una localidad situada en las zona más fría y montañosa de Cantabria. Allí el frío sabía herir y sabía expresar su dominio, pero todo el calor que mantenía su ausencia recobraba una especie de presencia en los ojos de las personas a las que les preguntaba y les explicaba. Mi hermano, que ya había visitado este pueblo, nos recomendó varios establecimientos en donde se servía leche de vaca autóctona. En un primer momento, rehusé la posibilidad de tomar leche animal, pero quería fatigar los sentidos con las tradiciones locales, así que, durante los cuatro días que duró el viaje, acostumbré al cuerpo a beber esta bebida no alcohólica típica de Cantabria.

Gran parte de mis imprecisas observaciones se basaban en los mensajes que transcurrían a mi alrededor. Lo lujoso no residía en qué tipo de lugar me encontraba y qué tipo de comercios decoraban las calles empedradas, sino en los brillos parpadeantes que oscilaban en el dulce de los rostros que jamás volvería a ver. Desde las sonrisas con dientes de leche hasta los surcos que el tiempo instalaba en la piel, todo se convertía en un relato continuo con autorías diversas.
En realidad, cuando me alejo del origen, siempre trato de buscar esos pequeños placeres inmateriales que uno va recolectando en los viajes que realiza. Siempre he observado con cierta confusión el hecho de comprar souvenirs materiales que no tienen ninguna conexión con lo que realmente estás visitando. No digo que sea algo malo, ¡no!, simplemente me parece un espejismo en donde solemos caer convencidos. Sin embargo, la verdadera imagen, esa tan nítida y tan regia, está en lo que una cultura —la verdadera cultura— aporta al viajero. Poniendo sobre la mesa mi propia experiencia, el hecho de haber viajado por los pueblos desconocidos de Cantabria me ha permitido deconstruir valores que pensaba que eran inalterables e indomesticables. Tratar de hacer tuyas las realidades y situaciones que vive el lugareño te permite experimentar una reconstrucción interna, salvar el hálito que moría, restablecer la fuerza que flaqueaba. Era en las personas donde encontraba la verdadera Cantabria, no en los lugares turísticos.

Si prosiguiese, tendría que explicar lo que ocurrió los últimos días en Reinosa. Fue una vivencia algo inquietante, aunque de ella obtuve varias anécdotas y coincidencias que terminaron por desterrar el silencio del encuentro. Cómo ocurrió no lo recuerdo muy bien, quizás la mente apacigua la intensidad, pero la memoria sí que preservó el letrero de la administración de lotería, pues el nombre que se presumía en aquel lecho de plástico azul no era nada más ni nada menos que el mismo que he estado erigiendo durante veintidós años sobre mis hombros. No quise tentar a la casualidad, pues es bien excéntrica y portentosa, así que, junto a mi familia, nos adentremos en el pequeño habitáculo que cautiva a los pobres dichosos. Desde el primer minuto que se entabló la conversación, la lotera nos comenzó a explicar, a raíz de nuestras insistentes curiosidades, la historia de esa misma y exacta administración. Resulta que este inusitado linaje lotero tiene una continuación femenina, con lo cual, la primera que dirigió el local fue la madre y abuela Paula. Nosotros conocimos, en pocos minutos y en distintos días, a la hija y a la nieta de la fundadora. Sin embargo, lo que nos llegó a impactar no fue que la nieta también se llamase Paula, que lo vimos absolutamente previsible, sino que la pionera lotera había fallecido el mismo año que yo llegué al mundo. El asombro fue tan inconmensurable que los cuatro estuvimos discutiéndolo hasta cuando nuestro vehículo ya había dejado atrás sus calles.
Así pues, Cantabria comenzó a postrarse ante nosotros como una tierra social, local y genuinamente despierta. Reinosa fue el pueblo iniciador de un viaje ilustrativo, abierto, expresivo; de un recorrido místico y significativo. Conseguí redefinir el frío que se había aglomerado en mi mediterránea piel y sentí un calor penetrante y abrasivo cuando supuse que volvería, quizás, en unos cuantos años. Empero, al descender por sus carreteras de valle, comencé a entregarme a un clima más familiar, más salino y, sobre todo, más costero…
Siempre te lo diré… Eres increíblemente buenísima escribiendo. Me alegra un montón que te gustará este viaje. Volveremos a repetir 😊🥰😘
¡Gracias, mama! Sin duda, me maravilló…