
CUANDO EL LENGUAJE DESNATURALIZA LA MUERTE
y la forma en que la misma se considera propiedad estrictamente humana
Morir es parte del proceso de existir y es totalmente natural. La sociedad entiende que habrá un final, pero no trata de asumirlo plenamente como un momento inevitable e íntimo. Es cierto que el mismo concepto de desaparecer provoca extensos ataques de ansiedad y repertorios de preguntas sin una respuesta clara, pues es esa la carga que tenemos que asumir al ser seres dotados de consciencia y conocimiento sobre el espacio y el tiempo. Es por eso que el ser humano se las ha ingeniado, desde sus orígenes más remotos, para embellecer el final de la vida con la aportación de lo místico, lo sobrenatural y lo religioso.
En el mundo natural, el que está más alejado de nuestras conformidades, la muerte es bienvenida y compartida por todas las criaturas vivas. No hay conceptualización ni degeneración de la única verdad que nos condiciona a todas las especies. Desde las cortezas de los árboles hasta las alturas de los cielos, vemos que lo que observamos está sujeto a un ciclo prehistórico, a un proceso cotidiano y normativo, a un continuo que no se detiene. Y tiene todo su sentido, pues, son tan limitados los recursos de la Tierra, que la misma naturaleza, a pesar de la consecuencia, necesita crear más espacio y más bienestar entre los entes vivos que vienen y se quedan por un tiempo.
Ahora bien, ¿qué ocurre con nuestra especie? Lo primero que tendríamos que señalar es que somos los únicos seres en la faz de la Tierra que han conseguido desnaturalizarse, es decir, hemos adoptado la rebeldía, la evasión y el egoísmo como banderas del proceso y de nuestra evolución. Ya no necesitamos salir hacia los prados y los bosques para conseguir alimento ni necesitamos luchar contra los fenómenos atmosféricos que nos amenazan la integridad y la pequeña cosecha. Hemos tratado al ente natural como una fuerza ajena e inservible. Hemos creado nuestro entorno de abundancia y de riquezas y, con ello, hemos instaurado una nueva forma de adaptación —aunque es mejor matizar como forma de liberación—.
Como resultado, hemos conseguido, también, desnaturalizar ciertos aspectos imprescindibles en un orden lógico. Entre ellos, está, por supuesto, la muerte, pero también lo está la lactancia, la menstruación o el vello corporal, características innatas y enriquecedoras de un cuerpo sano y capacitado para la supervivencia.
De este modo, las lenguas, como producto estrictamente humano, también han sabido transmitir la ingenuidad por lo insustituible. Tenemos prueba de ello con la insistente aparición de eufemismos, composiciones lingüísticas que tratan de explicar fenómenos alejados de nuestra comprensión humana desde un registro mucho más formal y suave. Así lo recoge el DLE:
EUFEMISMO
Del lat. euphemismus, y este del gr. εὐφημισμός euphēmismós.
1. m. Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante.
Sin embargo, los eufemismos se construyen desde la perspectiva metafórica del lenguaje, es decir, la intencionalidad de expresar algo abstracto, intangible y lejano con una referencia real y observable, pero sin llegar a decir realmente el concepto original. Conocemos de primera mano el uso más frecuente de la metáfora que es, claramente, en la literatura. Sin embargo, en nuestro día a día, empleamos una gran cantidad de metáforas sin tan siquiera darnos cuenta.
Desde un punto de vista más cognitivo y tradicional, nuestro cerebro crea unas conexiones especiales cuando tratamos de vincular un concepto abstracto con un concepto real que sirve como representación y que guarda semejanza. La muerte, de momento, no es una forma física que podamos analizar ni imaginar, sino que es una consecuencia, una concepción, una idea abstracta. Si bien es cierto que se ha tratado de darle una imagen un tanto antropológica, todavía no somos capaces de construir una forma inequívoca. Es aquí cuando la lengua, nuestro mecanismo básico (pero complejo) de expresión y de conocimiento, trata de encajarla dentro de nuestra limitada asimilación por medio de la figuración metafórica-conceptual. Es en este instante donde la misma muerte conoce su desnaturalización como realidad, pues es en el mismo lenguaje donde conseguimos darle una verdad denigrada, oculta e ignorada, por lo tanto, demasiado humanizada —en el sentido de inocular todas las interferencias ilógicas en el fenómeno—.
La metáfora conceptual, por lo tanto, es una forma de entender las experiencias corpóreas y las de nuestro entorno, así como aquellas que tendrán que ocurrir —pues, recordemos que tenemos la posibilidad de proyectar, en general, el tiempo futuro, una habilidad muy compleja en términos cognitivos— y les otorgamos una fuente presente en la realidad como modelo de representación.
Si volvemos a la incógnita figurativa de la muerte, encontramos muchos y vastos ejemplos metafóricos en la lengua española, sobre todo, en lo que se refiere en el habla popular (ej. irse al otro barrio, criar malvas, etc.), pero, también, usamos la mencionada materia eufemística (ej. ha ido a un lugar mejor, el sueño/el descanso eterno, está en el cielo), motivaciones que evitan la presencia natural en sí de la muerte, una forma de suavizarla, hacerla extraña e invisible, mitigar su comportamiento y evadirlo del pensamiento.
Es aquí donde quisiera comenzar un breve análisis sobre los eufemismos utilizados para representar la muerte o, al menos, tratar de no mencionarla. El simple hecho de evitar una mención, una señalización o cualquier gesto que permita dar un espacio a un concepto en un contexto social que no se le permite, se denomina, comúnmente, tabú. En nuestra lengua —y en casi todas las culturas— encontramos las estrategias de evasión de aquello que la comunidad de hablantes ya tiene, de por sí, restringido. Por lo tanto, la desnaturalización de un concepto natural pasa, primero, por el rechazo colectivo y, después, por la restricción de uso o tabú.
Si hemos visto que la metáfora es una forma de representación y de semejanza entre dos conceptos, habría que mencionar la metonimia, la cual se diferencia de la metáfora por el simple hecho de que se designa un objeto con el nombre de otro —se reemplaza lo que realmente queremos describir con el elemento que está asociado—. En términos eufemísticos, la metonimia conceptual es la principal responsable de ciertas expresiones que solemos usar, frecuentemente, para referirnos a la muerte.
Encontramos, en total, unos cuantos substitutos eufemísticos metafóricos en referencia a la muerte: un viaje, un descanso, una pérdida, un final. Como vemos, ninguno de estos términos quiere hacer referencia a la experiencia real, a la forma natural, sino a la conceptualización de lo que supone morir.
En definitiva, podemos suponer con firmeza que el ser humano se hace valer de los recursos disponibles de la lengua para completar su observación analítica del mundo y de las experiencias intangibles. Con ello, la lengua se rinde ante el hablante y se rige por la censura y la restricción de ciertas palabras asociadas a conceptos socialmente rechazados, generando así los tabúes y los eufemismos. En general, las lenguas son estructuras remotas, añejas y complejas que van adaptándose a nuestras necesidades y usos como comunidad, pero también acceden a nuestra forma particular de entender la realidad y lo que se mantiene en una nube de incertidumbre.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
Crespo Fernández, E. (2006). The Language of Death: Euphemism and Conceptual Metaphorization in Victorian Obituaries. SKY Journal of Linguistics. Vol. 19, 101-131.
Kövescses Z., Radden, G. (1998). Metonymy: Developing a cognitive linguistic view. Cognitive Linguistics, 9(1), 37-78, https://doi.org/10.1515/cogl.1998.9.1.37
Cada vez me sorprende más tu forma de expresar y como escribes, no porque sea tu madre, pero es que me encanta. La verdad es que es muy interesante. Nunca queremos hablar, pero tal como lo leído, hace reflexionar mucho ante la muerte. Muchas felicidades por este post tan bien explicado😘😘
¡Muchas gracias, mama! Es un tema bastante complicado, sí, pero tiene sus raíces en procesos cognitivos y culturales… ¡Abrazos!
Espectacular!tienes un don de saber llegar ,expresas tan bonito, y eres una de mis escritoras favoritas 💕
¡Muchas gracias por tus palabras, Rosi!
Mi estimada Paula, disfruto mucho este tipo de trabajos, y sobre todo, este imperioso análisis que me ha hecho ser consciente de varias cosas; en especial, que estamos evadiendo la cruda realidad de la muerte. Admito que, como poeta, busco maneras eufemísticas de mencionar la muerte, pues intento crear imágenes que embellezcan esta angustia que no desaparece, esta sensación existencialista que nos interpela a la humanidad. No obstante, en lo coloquial, también repito el mismo patrón de no mencionar lo que es: Morir.
También, quiero agregar algo que me inquieta, y es que además de esta generalizada evasión de mencionar la muerte; cuando es experimentada a través de los seres amados, es un concepto que no termina de coincidir con la realidad y con lo que ocurre en la mente de las personas, estas situaciones límites, nos hace pensar que todas las definiciones posibles de lo que es la muerte, no se iguala con lo que realmente acaece en carne propia, por tanto, crea una disonancia cognitiva.
Gracias por compartir tu análisis y tu brillantez, es deleitable leerte y llevarme de esta lectura una nueva perspectiva.
Un abrazo desde Colombia.
Te escribe, Yany.
Querida Yany, te agradezco mucho tu comentario y tu reflexión. La verdad es que la percepción ajena, es decir, lo que el ser querido puede experimentar a raíz de una pérdida, es bastante interesante a nivel cognitivo. Quizás, como somos animales sociales, no entendemos muy bien la lejanía del otro. Puede que nuestro fin nos espante, pero el hecho de que el fin acaezca sobre alguien que amamos nos llega a aterrorizar. Nosotros estamos compuestos de opiniones, de tradiciones y de relaciones y si alguien que ha tenido una fuerte conexión con nosotros sufre algo que, de por sí, entendemos como negativo, la negación y la confusión se duplica (o cuadriplica).
Te agradezco a ti, Yany, por detenerte a escribir en esta entrada que, también, es tuya.
¡Un abrazo bien grande desde España!