NOTA: esta entrada pertenecía al antiguo blog.

Camino en compañía de un soliloquio constipado. El pavimento rasura los montes, los edificios proliferan en la historia de los prados y las gentes escupen a las mulas que ya no cargan sus desidias. El mundo, realmente, se volvió un loco civilizado ¿vieron? Aquí las cosas suceden, sean malas o detestables, y aunque nos molesten, les dejamos percibir la misma brisa que nos trabajamos los buenos. Ahora bien: ¿no es mejor así? Yo diría que sí, muy a mi pesar, porque nadie pretende arriesgar lo poco que atesora. Pero solo diría porque nadie ha itinerado otra concepción.
Pero hay algo que sí, creo yo, que destierra todo lo malicioso de los correctos, de los que hacen la guerra de forma espléndida y de los que ahorcan el ingenio del mundo sin errores: es, sin duda, el desdén de fragancias que, traviesas y engañosas, me sugieren la llegada de sus ojos pigmentados con un color semejante al sirope de agave. Hay un mundo estético que nos impulsa a querernos como pretendemos porque nos cansamos arduamente de la apariencia y de la formalidad. Ah… Pero ella no lo sabe aún que este mundo, este, el mío, sigue siendo imperfecto. ¿Qué escogerá? Querría yo que se acercara aquí para respirar los aromas de los cafés con leche, de los libros que han quedado expuestos al sueño, de las incredulidades que podría sostener por un rato solo para ver así los cambios de expresión de su rostro (¡para bien!).
Sí, es cierto, todo esto no debería de ser imperfecto, pero yo, que soy caminante de los pavimentos, de los edificios y de las gentes, he sabido cuando debo de aceptar el perfeccionismo: cuando alguna vez haya querido existir.