Discurso de graduación

NOTA: esta entrada pertenecía al antiguo blog.

Pequeño fragmento de un autorretrato.

15/06/MMXXIII

Buenas tardes a todos. Agradezco la presencia de mis compañeros de grado, a los compañeros de los distintos grados, a los profesores que han sido parte de mi formación y a los que no, a los familiares que están completamente emocionados por este momento que parecía no llegar nunca.  

Nosotros, los estudiantes universitarios, somos el resultado de una mala fortuna. Hemos vivido la mayor de las catástrofes mundiales que ha padecido el ser humano en nuestro siglo XXI: la pandemia del coronavirus. Es algo que ya está muy atrás, muy lejos, muy allá. ¿Quién lo recuerda? A mí a veces se me hace bastante difuso todo aquello. Parece como una pesadilla, de esas que te desconciertan a medianoche y das un suspiro porque aquello terminó. Sin embargo, nosotros, que anhelábamos comenzar la vida universitaria allá por el 2020, vimos nuestros pasos truncados por esta enfermedad. En seguida tuvimos que resguardarnos del peligro en nuestras casas, teniendo acceso al mundo con tan sólo el click y la pantalla y seguir nuestra formación desde el ordenador. Nos dimos cuenta que no éramos tan modernos ni tan atrevidos: la educación nació para agilizar el vínculo entre el conocimiento y el incipiente curioso. Llámenme tradicional, pero prefiero la silla desgastada por el tiempo y los pupitres generacionales que la luz azul del teléfono o del ordenador.

En mi estancia de cuatro años en esta universidad, he podido encontrar, a pesar de mis dificultades sociales, amigos y compañeros. Resulta que tenemos mucho más en común de lo que pensábamos: inquietud, creatividad, genialidad, optimismo, voluntad, ambición… He encontrado el respaldo y cuidado de muchas personas que se encuentran aquí presentes y sabrán muy bien que hablo de ellas. Aspirar a un título y convertirte en un filólogo está más que merecido por el trabajo hecho, pero afirmo que todas las personas que han pertenecido a mi vida durante este período merecen, al menos, una mención indirecta. Gracias por estar.

La universidad me ha ayudado a desarrollarme como individuo. Si comparase mi persona actual con la que era hace cuatro años, podría incluso señalar con los dedos todas aquellas diferencias ahora lejanas. No sólo he desarrollado mi intelectualidad, sino que también he conseguido construir una identidad mucho más fuerte, mucho más crítica y firme. He aprendido a investigar lo que he escuchado, a ceñirme a la sed de curiosidad, a buscar, retener, imaginar… Debo agradecer a esta universidad por las oportunidades que me ha brindado tanto dentro como fuera de la institución.

Además de todo esto, me gustaría hacer una especial narración. Querría recordar que yo, Paula, soy una persona formada y con estudios. Y digo lo que es obvio porque las personas que quedan atrás en mi genealogía no tuvieron la misma suerte que yo. De quien hablo es, por supuesto, de mis padres y de mis abuelos. Los primeros, que se encuentran allá, han sido los que han trabajado sin descanso para que yo hoy esté aquí dando este discurso de graduación. A los segundos, que ya no pueden estar presentes, quiero mandarles las gracias por su sacrificio a pesar de ser niños de la posguerra. Ellos, mis abuelos, y, en especial, mi abuela María, no sabían ni leer ni escribir. Niños del campo, llevaban Jaén en la sangre y Andalucía en el corazón y arriesgaron todo lo que tenían para dar un futuro mejor a sus hijos y nietos. Gracias, yayo, que a pesar de no conocerte, fuiste un hombre entregado a su familia. Gracias, yaya, por haber sido mi segunda madre y ferviente defensora de mis aptitudes artísticas y literarias. Yo no sería quién soy sin la cultura popular que impregna mi memoria, así que todo el mérito descansa sobre sus espaldas cinceladas de honradez y verdad.

Para finalizar mi intervención, sólo querría trazar un futuro todavía incierto. Seguramente, no nos haremos ricos siendo filólogos, pero hemos ganado cosas que el dinero no puede atesorar. Hemos recuperado el humanismo, la investigación y la insaciable necesidad de recurrir al origen de una palabra, de un verbo, de una expresión. De entender la ciencia del lenguaje, de verificar los distintos diccionarios, de revolvernos en la frescura de la gramática y de la morfología. Quedar totalmente rendidos ante la sensualidad de la literatura. Buscar infatigablemente aquel libro específico, recorrer sin prisas las estanterías de la biblioteca… Ya hemos conseguido lo inimaginable, lo que muchos aseguraron que seríamos incapaces de conseguir, lo que es y será siempre nuestra inalterable historia. 

 

Aula Magna (Facultat de Lletres). Universitat de Girona.

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